martes, 7 de enero de 2014

Cortos de vista




  Foto: esacademic.com


Por la presente declaro que Ecuador es un país de miopes.

Pero antes de defender este punto, debo contarles de mi propio defecto visual. Solo se escribe de lo que se conoce. 

Nací con una miopía pavorosa que no me dejaba ver más allá de un metro cuadrado. A los seis años tuve mi primer matrimonio: me casaron con un par de lentes.

El Universo para un miope con -9,50 en ambos ojos es una experiencia interesante. Para nosotros siempre la ventana está sucia o, peor, andamos debajo del agua. Somos seres que estamos y no estamos hasta que nos calamos los anteojos sobre la nariz. 

Por lo tanto, parte de mi pasado está en la nebulosa. Tengo innumerables anécdotas de perder mis lentes o romperlos en los peores momentos. Como comprenderán, antes de los lentes de contacto, la desaparición de mis venerables espejuelos era una tragedia digna de Sófocles. Cada cristal era carísimo, así que me esperaba la hablada de la vida en la casa apenas los perdía de  vista (no pun intended). 

Además, esta particularidad me dejaba llenar el estereotipo nerd: como  no podía perder/romper mis lentes, tenía que quitármelos para hacer educación física durante el colegio. Imagínense hacer educación física cuando no pueden ver más allá de un metro cuadrado. No por nada soy una actriz ranclada.

Los años pasaron y aprendí a vivir con mis lentes, los de contacto y los normales. No contaba, eso sí, con la ciencia moderna. 

Un día, en mi examen anual mi médico me ofreció el lasik. Un toquecito de láser en mis cansadas córneas y sería una niña normal de 26 años. Me negué una vez, dos veces… A la tercera, cuando los lentes que me mandé a hacer costaron x00 dólares pues la medida reclamaba un cristal especial, supe que llegó la hora de ceder.

No les voy a dar muchos detalles de la operación. No recuerdo mucho. Sé que en un momento levantaron mis córneas, y pusieron una cantidad suficiente de láser para que el quirófano oliera a hornado dominguero, y luego me taparon las vistas. Vendas y valium: me hicieron dormir un día entero. 

Aunque el resultado a mediano plazo no fue muy divertido (mi convalecencia reclama otro post), puedo decirles que cuando me quitaron las vendas de los ojos tuve esos momentos de telenovela imborrables. He sentido lo mismo solo cuando me paré bajo la torre Eiffel o cuando vi Las Meninas de Velásquez en vivo y en directo. Cuando me enamoré por primera vez. 

El mundo estaba claro. No recordaba ver el mundo claro desde que estaba en primer grado. Ver, señoras y señores, "miembros y miembras" (pun intended), no es pelo de cochino.

Desde ahí siempre me he quedado con la curiosidad sobre lo que significa observar, mirar, ver. Últimamente, con todo el despiche sociopolítico que sufre Ecuador, de verdad me pongo a comparar la situación con mi cuasi ceguera. Pienso que el país es un miope de alta densidad: puede ver el aquí y el ahora, pero el futuro está tan nebuloso que no sabe actuar, como me pasaba a mí frente al aro de basketball en el colegio. Tenía la pelota y las instrucciones, pero, simplemente, no podía mirar los suficientemente claro para hacer algo. Mi inseguridad era tal que no sabía para donde reaccionar.

Sin embargo, yo desarrollé una capacidad de ver lo que los otros no veían: imaginar cosas. No podía ver la sonrisa de alguien a dos metros de mí, pero sabía (porque así lo sentía) si el gesto era hermoso, forzado o hipócrita. Creo que llegué a ver el mundo con los ojos que ven lo invisible de Saint-Exupéry. 

El Principito siempre tiene la razón. 

Y como solo el corazón puede ver bien, yo creo que a mi país de miopes le convendría un lasik emocional o limpiar mejor los lentes. Darnos cuenta que desde 1830 nos han ofrecido sapos y villanos en forma de Príncipes Azules sin darnos cuenta de las risas forzadas y los ojos falsos. Y no me refiero a líderes o a funcionarios, simplemente, sino también a las gestiones diarias y cotidianas. Deberíamos:

Ver a la mujer embarazada y cargada que no encuentra puesto en el bus porque todo el mundo se hace el dormido para no cederle el asiento.
 Ver al tipo de terno y corbata que se dedica a ponerle el pie a sus compañeros de trabajo pero que se califica de “buena persona y profesional”.
Ver al chamo limpiabotas muerto del calor y el cansancio a las doce del día, mientras la vida le pasa alrededor.
Ver el costo del coctelito de la organización dedicada a salvar el país.
Ver la situación de la persona con otra identidad, otra orientación sexual... Todos los otros, que nadie quiere ver.
Ver, finalmente, que tenemos derecho a más que un sistema construido en castas, clases y cuentas bancarias.
Ver más allá de la sonrisa y la tarima.

Por supuesto, esto se aplica a una ceguera planetaria, no solo nacional.

Tal vez hay que decirles a las cosas por su nombre. No hablo de mundos perfectos. Solo hablo de mundos reales. Quisiera que pudiéramos ver más allá de nuestro metro cuadrado de seguridad.