martes, 8 de julio de 2014

La blasfemia de Follett y las marchitas Flores del Mal



El otro día me fui a comprar libros (yay). Por eso, y porque me dio la gana, decidí adquirir Los Pilares de la Tierra de Ken Follett.  Entonces, mientras ponderaba la compra del mencionado mamotreto, a Wild Literato que conozco asomó. Después de los saludos respectivos, me pregunto que si iba a comprar "ESO" (así, con tonito raro, como de asquito).

 Mi última adquisición

"ESO", era el libro del Ken Follet, que de mago literario no tiene nada y que definitivamente no va a revolucionar las letras inglesas. Es un tipo que sabe contar historias interesantes. Nothing else.

Para decepción de mi interlocutor, sí me compré Los Pilares de la Tierra. Ahora, el episodio  me recordó otra vez lo bueno que es haber dejado eso de la "LITERATURA" (con capitular de oro, labrada). 

Para horror de mis padres -y mi futuro horror, porque esa profesión no es precisamente lucrativa-, estudié durante tres largos años Literatura: narratología, tipos de narración, la novela latinoamericana, literatura clásica. Todo eso. Y mientras fueron tres bellos años intelectualmente hablando, debo reconocer que esa época también me dejó ver con facilidad el esnobismo que cuatro libros más o menos leídos pueden producir en el lector. Y no hablo de visiones quijotescas.

Así, en un punto me pregunté por qué carajo hay ficciones de primera y de segunda. A ver, no voy a decir, por ejemplo, que las patrañas con olor a self help de Paulo Coehlo sean un ejemplo de novela latinoamericana, pero ¿quién soy yo para arruinarle la vida a quien disfruta de esos libros? Es ficción. El derecho de perderse en lo irreal para un deleite de ánimo o el espíritu. Y así, lo que hace felices a unos u otros no es de mi jurisdicción. 

Creo que me decepcioné de la academia literaria por esa incapacidad de tocar al “de a pie”, por su inutilidad para comprender el placer del lector menos versado en la métrica o en los temas del teatro griego. Puede que disfrutes de Dickens y tengas escondida en algún sitio de tu casa una novela de Isabel Allende (¡culpable!). Es así, es Literatura, es el hecho de cargar palabras dentro de uno, y eso no puede ser medido con ninguna regla existente. 

Nos quejamos de que nadie lee, luego lloramos porque todo el mundo lee  a la Rowling, al John Green o las novelas tipo Crepúsculo. Nos damos golpes de pecho.  En mi caso, no veo el problema. Es gente leyendo, gente disfrutando de libros. Horror el mundo en que la Literatura es un club exquisito de un grupo de iluminados. Eso hace a lo literario una instancia de poder, y eso no libera, mis amigos.

El viejo Foucault indica que la realidad es una representación discursiva. Si le doy un poco más de cuerda al concepto, el planeta entero es una narración, una construcción cuasi ficticia. Pura Literatura. Por eso no confío en los literatos de almas atormentadas, seguidores Baudelaire y Rimbaud, deshojadores de Flores del Mal.  Están lejos del mundo, están lejos de la Literatura. 

Leer y escribir es un oficio que sí, debe buscar la belleza, pero el momento en que esa belleza se aleja de la gente común (de esos que se han dedicado a vivir la vida, antes que describirla) es un error fatal. Lo estético se vuelve entonces un objeto grande, complejo, BELLO y, muy, muy inútil. 

Y por eso, me reservo el derecho de leer en paz a Ken Follett y a quien, como lectora libre, me de la regalada y feliz gana. Y que Jackobson me perdone.