De la película basada en la novela de Safran Foer
Todo está iluminado. Ese es el título de un
novelón de Jonathan Safran Foer. Nunca he visto un solo libro de ese autor en Quito,
y eso que yo recorro las librerías de la ciudad como único deporte de
acción. Eso del canoping no es para mí.
La novela,
cuyo protagonista es nieto de sobrevivientes del Holocausto, tiene una hermosa
cita, casi al final: “Todo está iluminado por
la luz del pasado. Siempre está a nuestro lado, dentro, mirando hacia fuera.”
Todo está iluminado. Todo está bajo la luz de lo que
fue. La cita viene, probablemente, del buen Milan Kundera, en La Insoportable Levedad del Ser: “En el
ocaso de la disolución, todo está iluminado por el aura de la nostalgia,
incluso la guillotina.”
Ahora, a lo que vinimos.
En este mes me he encontrado con este problema de
las ausencias, de lo que no está o que se irá. Ya sea el recuerdo
de 2976 individuos que perecieron en el atentado a las Torres Gemelas; ya
sean los desaparecidos chilenos que dejaron sombras y fotos blanco/negro; ya sean bosques y pueblos que se han ido o se van… Estos
días de septiembre se han llenado de omnipresentes ausencias.
Me molesta cuando, por razones políticas,
por ideologías, o por simple cinismo, se clasifica una tragedia sobre otra.
Cuando pasó lo de las Torres escuché algo así como: “Por fin, algo les tocó a
los gringos.”. A veces oigo a gente que, solo por antisemitismo, quiere ignorar
– o negar- al Holocausto. Gente que alaba la represión de la izquierda en
América Latina porque con eso “nos libramos de tener guerrillas, imagínate.”.
Entre otros.
Todo está iluminado por el pasado. Nosotros también.
Estoy segura que los humanos vivimos en una intrincada red. Un Wi-Fi espiritual, si quieren. Nosotros somos
por lo que fueron los niños del Vel´ d´Hiv en 1942. Nuestros pasos están porque
de alguna oscura aldea española salieron los ladrones y aventureros que se
lanzaron a la mar para adentrarse en los Andes. Les debemos vida también a la muerte de los barcos de esclavitud, de los batanes y los obrajes. Igualmente,
les agradecemos a los que dijeron “basta”. Somos todos y somos uno. Somos
incluso aquellos que rezan para matar. Somos los que murieron en circunstancias, aparentemente, imposibles.
Por eso amamos. Por eso extrañamos a desconocidos que solo
veremos en el futuro. La vida y la muerte de los otros nos afecta de formas invisibles: todas las tragedias humanas, todos los 11S, con o sin ese nombre. Es comprensible. En una de esas, sin saberlo, podríamos perder todas las vidas que pudimos tener. Todo el amor de nuestras vidas.
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