domingo, 1 de septiembre de 2013

Homenaje absurdo a Hayao Miyazaki, Ph.D. en Imaginación (título no registrado)

De algún genio, posteado en Tumblr. Créditos del autor/a


Hayao Miyazaki, maestro animador, se retira.  Durante décadas no hizo películas de dibujos animados para niños: hizo películas de dibujos animados para sanar a la humanidad. Si alguna vez yo logro/decido reproducirme, sus obras serán parte de la educación estética y espiritual de mis hijos.
Porque Miyazaki, sin quererlo, salvó al mundo.

¡Exageración!

Por supuesto.

Hablo desde el corazón que me duele con la partida, como director de cine, de Miyazaki. Este señor, que vivió la durísima posguerra de Japón, trabajó en los ochenta en series como Marco y Heidi, que están en el subconsciente colectivo ecuatoriano y, estoy segura, latinoamericano.  Luego, en  el Estudio Ghibli, se dedicó a aclamadas películas: Mi vecino Totoro, Nausicaa en el Valle del Viento, Whisper of the Heart, El Viaje de Chihiro, Ponyo, Arriety… Y la lista continúa.

En la tarde de hoy me enteré que en el Festival de Cine de Venecia, durante la presentación de su última película, The Wind Rises, se anunció su retiro definitivo. A la jubilación, pues, dice Hayao. Mientras tanto, a mí se me piantó un lagrimón, carajo, porque con él se va parte de la experiencia cinematográfica de mi juventud y un montón de recuerdos.

Y es que este señor tuvo un raro don: mostrar la naturaleza humana a los niños sin ningún color extra, sin efectos especiales, sin azúcares. Los niños que ven a Miyazaki son guaguas a los que se les pinta la vida como es, a través de la lírica de un cuento de hadas. No hay chistes fáciles, ni marketing.   Y eso no es malo.

De hecho, en cada una de sus películas, Miyazaki retrató a las personas con verdad, con compasión, sin un gramo de cinismo y con ojos libres de odio. Sobre todo, él dice al espectador que, efectivamente, por más matices y mentiras que puedan crearse, hay un bien, hay un mal. Pero no es un balance dicotómico, porque los malos pueden redimirse o, de lo contrario, se devoran a sí mismos. Es cuestión de elegir. Siempre se puede elegir de qué lado de la Historia estás.

Por eso creo que Miyazaki curó un poco a nuestra devastada humanidad y le dio a la gente, sobre todo a los niños, algo parecido a la esperanza. Aceptémoslo: el mundo se ha ido a la mierda. Al menos, los niños de los ochenta nos criamos con la Caída del Muro y el fin de la Guerra Fría: los grandes esperaban la paz con la desaparición de las ideologías, “El Fin de la Historia” y todas esas maravillas.  Fue falso. En cambio, los niños que nacieron en los noventa y después solo tuvieron como referente histórico  dos aviones chocando en Nueva York y el mayor atentado terrorista televisado. Un mundo tremendo para educar a un niño.

Para enfrentar esa desesperanza, yo abogo por la prescripción de Hayao Miyazaki. El creía en un mundo sin celulares, metros, estreses,  guerra y codicia. Sus películas están llenas de añoranza hacia la vida natural y sencilla que pudimos tener y que tal vez, si tomamos otro camino, podemos recuperar.

Ahora mismo, mientras se preparan las armas del planeta hacia Siria, el mensaje del arte es fuerte, Miyazaki Sensei. Buen retiro y muchos años de felicidad. Usted, el más grande de los animadores.
Y ahora, con mi niña interior de la mano, me voy a ver  mi maratón Ghibli.

The Wind Rises:


No hay comentarios:

Publicar un comentario