martes, 22 de enero de 2019

No somos gente amable




La semana del 14 al 20 de enero de 2019 fue desastrosa para Ecuador: la terrible violación en grupo de una mujer; noticias de acoso y abuso sexual de niñas y jóvenes; el fin de semana, un asesinato en plena vía: una chica, embarazada, fue acuchillada por su pareja, quien respondía a una frase escuchada desde tiempos antiguos: “Si no es mía no es de nadie”.

Es horrible ponerlo en palabras. Pero más horrible es saber que pasó.

Eso no fue todo. El asesino mencionado, es venezolano. Y entonces, los ecuatorianos (no todos, pero una importante cantidad) en un arranque de xenofobia se lanzaron a acusar a los refugiados de todos los males. En Ibarra, sitio del  homicidio, se dio una Kristallnacht nacional: varios ciudadanos se lanzaron a “cazar” gente. Familias enteras de desplazados se escondieron, esperando lo peor, mientras la turba furiosa le arrebataba  a esa gente, que ya ha sido despojada de todo, de sus pertenencias.

No soy una persona optimista. Creo que, en el fondo, la vida es un espacio profundamente darwiniano y peligroso. Sin embargo, esta semana me llenó de incertidumbre y horror. Entre todo, en cambio, algo me sorprendió: mucha gente decía en redes “No somos así, los ecuatorianos somos gente amable”.

Y ante el argumento tengo cosas que decir.

Antes quiero señalar que lo que viene no pretende describir a todos los ecuatorianos, en todos los tiempos. No. Simplemente son algunos hechos que como natural del Ecuador, puedo señalar. Y creo que es necesario, sobre todo en estos días.

Amable, del latín amabilis: “digno de ser amado”.

No lo sé. Históricamente no creo que seamos muy amables y amantes. Recordemos que nuestra vida republicana ha estado salpicada de dictaduras, una veintena de constituciones, un presidente muerto a machetazos (García Moreno) otro linchado, arrastrado y quemado en plaza pública (Eloy Alfaro) y varios presidentes que se salvaron por los pelos de caer en manos de una audiencia, justamente, enardecida.

No, históricamente no somos gente de paz.Y ahí viene mi argumento: esto no significa que los ecuatorianos seamos gente perversa; más bien esto señala que, si bien somos capaces de gran altruismo, a veces no somos capaces de conocernos a  nosotros mismos y nuestros males nacionales. El dogma del bien inherente es tan fuerte que no nos permite entender que mucho de nuestro sufrir, querido Bruto, no es culpa de las estrellas, sino de nosotros mismos.

Por eso, cuando hechos como los de esta semana maldita se dan, vemos a otro lado. No es el machismo y la inseguridad: son los venezolanos. No es el patriarcado, son las personas malas. ¿Qué hay qué hacer? Portemos armas libremente, matemos a los delincuentes, hagamos justicia por mano propia. El mito de la bondad hace que nos concentremos malamente en "acabar" con la violencia directa, pero no con la estructural y cultural, como diría Johan Galtung en su triángulo:



Ya, si no somos buenos, toca ver qué hacemos. La respuesta en esta página no se va a encontrar fácilmente, pero creo que hay algo maravilloso sobre la ansiedad y los secretos: cuando se reconocen, cuando se dicen, hay una energía liberadora. Y en ese respirar, en esa liberación, no solo encontramos paz y alguien que nos escuche: logramos tener la claridad de mente para tomar las acciones que se deben tomar.

Por eso mismo, la marcha del 21 de enero en todo el país, no fue solamente una marcha feminista, fue un espacio para preguntarnos hacia dónde vamos como ecuatorianos; una manifestación de nuestras preocupaciones que, ojo, tiene que verse a sí misma (porque todavía contiene a unos pocos sectores de la sociedad), pero que en general sirvió para decir (a todxs y al Gobierno) que tenemos que ser libres de la dominación, del miedo, de la soledad y de la violencia. Y yo, que poco voy a marchas, también estuve.

Porque es necesario
Porque es fundamental.
Porque se lo debemos a aquellas mujeres violentadas. A tantas que no pueden decir nada, o que ya no pueden decir nada. Y también a esos hombres que de a poco se dan cuenta que la cosa no es en su contra. Y a toda la gente oprimida por algo o por alguien: por el racismo, por la xenofobia.

Si no somos amables, sabemos que podemos ser mejores. Tal vez transformemos este horror en la fuerza, la gente, y las ideas para crear un ambiente más seguro para vivir. 

Porque Ecuador es una línea imaginaria. Y la imaginación tiene dos destinos: la utopía o la distopía. 
Como soy aristotélica, sé que no somos ni ángeles, ni demonios; creo que hay un punto medio ahí, un lugar a donde podemos llegar si retomamos el orden, ante la maldad. 

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