sábado, 22 de junio de 2019

Los insoportables

En Ecuador vivimos tiempos de oscuridad, y todos somos insoportables. 


Poem: “Let America Be America Again,” by  Langston Hughes

Pintura de la serie "One Way Ticket" de Jacob Lawrence (The Migration Series)


En Ecuador, ser insoportable es cotidiano, no leyenda. Cada uno de nosotros es el infierno del otro desde tiempo colonial: el criollo era el insoportable del español (y viceversa). Eso seguía en la larga cadena alimenticia creada bajo fenotipos: mestizo, indio, negro, mulato, zambo, cholo, longo…

El odio al otro es lo que ha determinado a nuestra nación. La base racial se ha quedado profundamente metida en nuestras familias, en nuestros genes. La necesidad de longuear y cholear por la forma  de vestir del otro; el regionalismo absurdo que divide, por clima y montañas, entre los serranos y los costeños (mientras que se invisibiliza al resto de este pequeño país).

A esto hay que aumentar otredades: hombres y mujeres; separados por llagas patriarcales que rigen a la humanidad. La división de clase social y económica, creada por razones raciales y de distribución del trabajo.  Actualmente, también está la diferencia con el migrante: el "veneco" (venezolano) no es el mismo que yo. Nosotros éramos mejores migrantes, dicen algunos ecuatorianos. La vaca no recuerda cuando era borrego, dice el dicho.

Por eso las palabras igualdad y equidad duelen tanto. El otro (ese longo, ese cholo, ese indio alzado) no puede estar en mi categoría, porque en ese momento pierdo los pocos privilegios que mi clase, en el milhojas social que vivimos, me permite. Y por eso, justamente por eso, es que el matrimonio civil  igualitario ha causado tanto revuelo en territorio ecuatoriano. No solo es una cuestión religiosa, es una cuestión de dominación; "los gays", significante vacío, otros entre los otros, no puede estar al mismo nivel que yo mismo: son promiscuos, son delincuenciales (acosan, pervierten, adoctrinan). El matrimonio civil es un acto demasiado humano y real para esas personas históricamente deshumanizadas.  

Es difícil vivir en un país donde la desigualdad es una base social. Esa ha sido la causa de la imposibilidad de construcción de Estado y el ancla que los caudillos han tomado (divide y vencerás) para conseguir poder y continuar en el ciclo de dominación.

Ahora escucho el nombre de Dios para santificar todo esto. Eso es lo que más me duele y asusta, como persona de fe. Esto, claro, no es patrimonio ecuatoriano. 

En medio de la crisis, y en este tiempo de conspiraciones, lo que queda es detenerse en lo más cercano a la verdad: sin importar la posición frente al matrimonio civil igualitario, todos somos ecuatorianos, todos tenemos que vivir con los otros y todos queremos un país de paz y armonía. No es cierto que todos seamos católicos o conservadores; tampoco que una parte del país esté bajo ese supuesto constructo llamado ideología de género.  No es cierto que estemos bajo un macabro plan global de izquierda versus derecha. Lo real- lo que palpamos, lo que vemos - es que somos personas, seres humanos, que tenemos diferentes posiciones políticas, religiosas y no religiosas. Finalmente, eso es la democracia la cual, a pesar de tener cien males, todavía es fundamento del Estado ecuatoriano. Esa es la realidad.

Ante las antorchas prendidas y los tridentes afilados, la racionalidad. Hitler y Stalin fueron grandes conspiranóicos;  la Historia ya nos dijo a dónde fueron a parar.

Ante el odio (de todas las partes), el diálogo inteligente, como única forma de mantener este débil país.

Ante lo inaudito: no en mi nombre.

La única forma de amar al prójimo es entender que no es un monstruo. De hecho, somos iguales (capaces de igual monstruosidad y de las mismas grandezas).

En ese momento, podemos amarlo como a nosotros mismos.


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